AMARNA (12.04.2019)

Puede que me vaya a quedar ciego. Será entonces cuando vea como vosotros.

Akenatón fue un faraón peculiar. Prohibió el politeísmo e impuso el culto al sol. En realidad, el trono no era para él, sino que estaba reservado para su hermano mayor, al que se cree pudieron abandonar en una cesta en el Nilo. Una historia que todos conocemos.

Akenatón amó intensamente a su corregente, por primera vez en la historia una mujer, Nefertiti, y la hizo reina. Él quedó ciego en las sucesivas ceremonias de culto al sol. Ella también perdió un ojo por ello. Se cree que sufrían glaucoma, lo que dejó a dos reyes a cargo de un pueblo que no veían.

El faraón murió de forma repentina, dejando sola a Nefertiti a cargo de Tutankatón, hijo del faraón y de Kiya, otra de sus esposas. La reina rehusó casarse con un siervo para reinar y pidió al pueblo enemigo, los Hititas, un príncipe para reinar con ella en Egipto. El pueblo egipcio, enfurecido, asesinó al príncipe ofrecido durante su viaje de llegada y Nefertiti desapareció en la historia. Sólo se conserva un busto con la mirada blanca, que escondieron los Nazis durante la guerra.

Prematuramente en el trono, Tutankamón, como se hizo llamar como rechazo a su padre y al culto al sol, reinó hasta que una nueva amenaza le obligara, siendo frágil y con dificultades para caminar de nacimiento, a dirigir a su ejército al frente de una cuadriga con sólo 19 años. Al primer golpe muere. Lo entierran en la que fuera la tumba de su padre, cambiando los sellos y máscaras y, en la momificación, alguien roba su corazón necesario para la vida eterna.

Se cree que el Abraham de la biblia es en realidad Akenatón, que la expulsión de los yahuds pocos años después de su muerte se trata de la expulsión de los judíos, y que fue el mismo hermano perdido de Akenatón, Mosu, o Moisés, quien los guio y fundó Judea. Puede que aquí empezara la gran división de las religiones monoteístas, por la que tanta sangre aún se derrama.

Qué rabia que, aunque nos digan de pequeños que el fuego no se toca, y que el sol no se mira, cometamos el error irreparable y aprendamos sólo de las propias heridas.

Qué rabia estar ciego de amor.

Texto: Bran Sólo
www.bransolo.com