Del arte y la mentira
Hola, Chat-GPT. Abre Spotify.
Recientemente tuve el placer de asistir a un concierto de música en directo. Se trataba de uno de los artistas más conocidos de la escena internacional. Lo disfruté, y mucho, porque ¡qué sorpresa!, éramos apenas cuatro personas en aquella sala de conciertos y, ya se sabe de mí, no soy fan de los lugares concurridos… por decirlo de alguna manera.
Al finalizar, pude hablar con los otros pocos asistentes y todos comentaban lo mismo: últimamente nadie acudía ya a conciertos porque la música se había convertido en algo críptico, algo sólo para músicos; que la gente no entendía si lo que estaban escuchando era bueno o malo, si merecía la pena pagar por ello o no… ni siquiera podían decidir si personalmente les gustaba o no… así que, ante tanta confusión, decidían no escuchar música, y por extensión no acudir a ningún concierto.
Qué pena, de verdad, porque a este ritmo la música va a desaparecer. Que a nadie le importe ya… Con la cantidad de mensajes, valores, poesía y emociones que nos transmitía… o que nos transmitíamos entre nosotros a través de ella. Con lo que nos unía, con lo que nos hacía vivir, compartir, entender…
Ahora los músicos se dedican a cantar sobre la misma música. Las letras hablan sobre notas, sobre composiciones imposibles, sobre llevar la música a un nivel superior… y claro, sólo los músicos lo entienden, y sólo los músicos están interesados.
¡Pero no es sólo la música! Algo parecido empieza a pasar con la cocina. Los restaurantes han dejado de cocinar para alimentar, y se dedican a experimentar, exclusivamente, con nuevas fórmulas que provoquen sensaciones palatales desconocidas, mágicas, místicas. Por ello, los productos culinarios y sus materias primas se han encarecido a favor de la gastromasonería, y ya pocos entendidos pueden permitirse acudir a un restaurante a comer. Los cocineros ya sólo cocinan para otros cocineros.
Qué pena que el mundo esté tomando esta deriva… si todo eso fuera verdad.
Esto no está pasando realmente, lo sabéis, al menos no con la música ni con la cocina. Pero sí que está sucediendo con otro ámbito creativo: con el ARTE, y está pasando desde hace varias décadas.
La pintura, quizás, sea más propensa a reclutar pensadores y filósofos, personas más interesadas en estudiar la cultura que en vivirla, compartirla o producirla. El mundo del arte siempre ha estado lleno de gente, por decirlo directamente y desde dentro, pedante, marginada o con pocas habilidades sociales; outsiders que acaban expresando sus necesidades vitales y delirios de grandeza a través de un medio indirecto como la pintura, la escritura, la fotografía… Esto es así; yo pinto por este mismo motivo.
El caso de la música era similar en sus inicios hasta que, a causa de la sociedad de consumo, quizás, empezamos a convertir a los músicos en una suerte de dioses, santos a los que rezar con sus propias plegarias musicales, y puede que eso los haya salvado. La música despierta más fácilmente emociones y pensamientos, incluso deseos. El sonido matemático tiene esa magia, activa las cuerdas con las que pensamos y recordamos, y eso nos encanta.
¿Pero qué pasa con la pintura?
Los pintores, sobre todo desde el siglo XIX, nos esforzamos por ser unos señores, también señoras, bohemios, tristes, excéntricos, pensadores y, en definitiva, personajes fuera de toda clasificación, porque nuestro punto de vista único será lo que dé valor a nuestra obra. Cuando creamos componemos, utilizamos piezas que ya existen para obtener elementos nuevos, pero debemos armarlo todo desde el sinsentido para llegar a algo que, a veces, tiene un nuevo sentido. Esto es la creatividad, y engancha, y uno acaba haciendo eso mismo con todo lo que le rodea. Tengo el congelador lleno de piernas sueltas.
Por esto se dice que el arte es un lenguaje. No es sólo porque, a veces y no siempre, sirve para expresar, sino porque está compuesto de partículas sin significado (letras) que agrupadas conforman estructuras lógicas que representan algo real (palabras). De esta forma, un artista escoge una palabra del diccionario, la descompone, la reordena, quizás la mezcla con otras palabras, algunas palabras que haya escuchado de alguien influyente, y así «crea» (no se puede crear nada, ya lo he dicho. ¡SE COMPONE!) una palabra o frase nueva con un significado nuevo. Pura genialidad. Preguntadle a Picasso.
Ahora bien, imaginemos que nuestro genio compone cientos de palabras que, vaya, sólo comprende él.
Es una especie de idioma propio que nadie más entiende. ¿Esto tiene sentido? ¿De qué sirve un idioma si no es para comunicarse con los demás? Bueno, puede tener fines estéticos, como el Quenya de Tolkien, que queda muy bonito en la pantorrilla de tu prima Juani pero, no nos engañemos, sería más fácil mantener una conversación en binario… O puede tener una función lúdica, simplemente estamos jugando a crear idiomas porque crear idiomas cuece y enriquece. ¡No lo sé!
Y aquí está el problema.
Ya todos hemos superado el debate de «qué es el arte«, «esto es arte» y «esto otro no es arte«. Eso lo hace mi hija de 5 años. Este báter es arte… y demás.
Es mi opinión, y debería ser la vuestra también que, al final, el arte es todo aquello creado por un ser inteligente con una motivación más allá de lo meramente funcional.
Es decir.
Imaginemos el primer vaso de la historia. Sería un cuenco, medio coco, una hoja doblada… cualquier cosa que cumpliera una función. Pero una vez que ya tenemos controlada la técnica, nos paramos a pensar que quizás no es decoroso que la jefa de la tribu beba sus esputos de camello en un cuenco de coco, como todos los demás, y que quizás debería tener una forma, un color, unas incrustaciones que lo hagan bonito, agradable, que hable del estatus de la persona que lo posee, que hable de la creatividad de la tribu, del talento, del tiempo en el que vive el artista que lo crea…
Ya no se trata de algo funcional, empieza a ser algo con una motivación adicional, con un mensaje, que tiene información. Incluso cuando se trata de algo meramente estético nos está hablando del gusto de la época, de los medios, los recursos… Es un objeto con información.
Y al mismo tiempo que los objetos el arte llegará a las acciones, a las palabras, a los sonidos, a los movimientos, a las estrategias bélicas, a las prendas de vestir, a la estructura de la sociedad misma…
En todo hay información que el ser humano, en nuestro caso, ha añadido para los demás.
Todo es arte.
¿Y por qué ya no nos interesa el arte?
El arte nos interesa, pero no nos damos cuenta. Lo que no nos interesa es el arte que habla de arte. Eso es un coñazo insoportable (pollazo insoportable para mis amigues).
A partir de Marcel Duchamp y su meadero, después de Klein y sus pinturas «de pintura», y ya hasta Hirst y sus puntos de colores o Jeff Koons y sus muñecos de plástico hechos por otras personas… el arte no ha hablado de otra cosa que de sí mismo.
Los artistas hacen arte para hablar de arte. Ya no hablan del amor, de la muerte, de la sociedad, de la belleza… ahora hablan de las posibilidades del propio arte. De hasta dónde puede llegar la definición de arte, de pintura, de escultura, de performance. Hablan de percepción, de lo matérico, de lo interpretativo… de conceptos cada vez más abstractos y metaartísticos que, sinceramente, ya no nos interesan ni a los artistas.
Y ahí está el culpable. A los artistas y estudiosos les puede interesar ese arte, pero qué le importa a unos enamorados, a un niño perdido, a un ser solitario, a una mujer luchadora… qué les importa cómo de negro puede ser un color negro, cómo un blanco sobre fondo blanco puede llamarse arte, cómo una mocatriz serbia cuenta granos de arroz hasta que el público entra en cetosis…
A nadie le importa eso. Y pocos hacen algo por cambiarlo.
Mi trabajo es componer imágenes sobre cosas que no sólo me preocupan a mí y salen de mi experiencia vital, sino que sé que nos preocupan a todos. Mi objetivo es la visibilidad. Que me vean. Porque pienso, arrogante pero hasta cierto punto objetivamente, que lo que tengo que decir es importante, y que puedo hacer que los demás se sientan un poco menos solos.
Hay mucha gente que jamás recibirá un mensaje que necesita y que quizás yo tengo, porque creen que el arte es aburrido, que es sólo para gente que «entiende de arte«.
Que no os diga ningún autodenominado representante del arte, un estirado galerista, ni un comisario de camisa abierta, lo que es bueno y carísimo, y lo que es vulgar o brut y no vale nada. Si tu hija de 5 años puede hacerlo, si con una fregona y un mechero puedes hacerlo, si no te hace sentir nada, si no significa nada para ti… será arte, pero no es bueno.
La pintura, y el arte en general, tienen que ser como la música. Todos sabemos si una canción nos gusta o no. Nadie dice «Uy, yo no entiendo de reguetón así que no sé si me gusta», «No sé si este Pop es bueno», o «Mi hija de 5 años canta como Enrico Caruso».
Creedme, si os gusta es bueno. Si no os gusta, es mal arte. Vosotros teníais razón.
Bran Sólo. Dic-2021
Vota REAL MADRID
Trolololó. Loló.
Recientemente, en nuestra bífida España, hemos asistido a las urnas para decidir quiénes serán los próximos que ocuparán su trono en el poder, concretamente en los ayuntamientos y las comunidades autónomas. Tras los sesgados resultados, donde la mayoría parece estar harta de la gestión de los últimos años, el actual gobierno ha anunciado la celebración de elecciones generales anticipadas, dejándonos a todos entre atónitos y nos daba igual (lo que nos preocupa realmente es que estaremos de vacaciones… no nos engañemos).
En este momento comienza la «Payasos League». Un espectáculo de focos, micrófonos, esloganes y promesas, además de algunos chutes, balonazos a niños, fueras de juego y abucheos a algún árbitro maricón, que concluirá con la defenestración pública del perdedor y sus jorobados secuaces, y la quema en vida de sus votantes en la plaza de cada pueblo, así como tendrá lugar la proclamación del Magno Presidente del Gobierno 2023-2027, que como una Miss saludará y hablará sobre Confucio y Venezuela desde su balcón.
Este espectáculo ya nos tiene, a muchos, desquiciados, y se ha convertido en una tradición pasada de moda en la que ya no confiamos.
La democracia representativa, en la que se supone que se basa el funcionamiento de este país reino (mírate el DNI, pone reino, no vives en un país/estado), consiste en elegir a unos representantes que defienden los intereses de los ciudadanos en las instituciones. ¿De dónde extraen estos representantes el conjunto de intereses y necesidades de sus ciudadanos? ¿Realizan un sondeo? ¿Una investigación de campo? ¿Ven las noticias de La Sexta? Pues puede ser… pero me temo que muchas de las necesidades que nuestros políticos intentan satisfacer y solucionar son aquellas que también nos preocupan a todos. Es decir, son las suyas propias. Preocupante.
Y no me refiero a la comodidad del cargo, de un trabajo de escaño, de despacho. A tener coche, casa, sueldo y atención de por vida.
Me refiero a que es la propia experiencia personal de nuestros políticos, en función de dónde han crecido, dónde han estudiado, cuál es su nivel económico, la ideología política y moral de su familia, y las circunstancias de su entorno, la que define cuáles serán los objetivos, miras y sensibilidades de cada uno de ellos, y del partido del que formarán parte.
Aquí empieza a deshilacharse la chaqueta. Ya no estamos hablando de solamente un representante, se trata de una persona, subjetiva y con voluntad, como todas. Esto, que a todos nos puede parecer una obviedad, esconde algún truco que quizás no estamos viendo a primera vista.
Primeramente, ¿estas personas están capacitadas verdaderamente para representar a alguien? Quizás representan a quienes quieran ser como ellos, pero no a los demás. Hasta el momento, a nuestros políticos no se les pide ningún informe psicológico, ni un estudio de capacidades intelectuales, emocionales, de empatía, de habilidades específicas de un cargo de representación… Sólo se les pide que huelan bien, vayan arregladitos, y hablen con mucho talante. Si tienen un eslogan pegadizo mejor que mejor. Y si se dejan ver con los abuelos en el parque o con su familia en un evento benéfico, ya no cabe ninguna duda de que son los adecuados para decidir qué va a pasar con la vida de las personas de todo un país durante los próximos cuatro años. Si todo falla, pueden decir «Tú más«, y ganan el combate.
Y es que de eso se trata la democracia de partidos, darle el poder de decidir a un grupo de personas que tienen sus ideas propias, algunas de ellas privadas, y que entre ellos se obligan a pensar y decidir de la misma panera, para que las impongan para mantener su estilo de vida. Parece que su intención no sea representar, sino llevar la razón. Acertar su manera de pensar con la de la mayoría de votantes, y convencer a los que no piensen igual de que están equivocados.
La política es muy simple, se divide en dos:
- Los que están bien y quieren seguir estándolo, y piensan que si nada cambia, todo seguirá igual (tiene sentido, ¿no?) Éstos son los que llamamos conservadores.
- Y los que no están y bien quieren estarlo, para eso necesitan que cambien las cosas (no ellos, las cosas). A estos los vamos a llamar progresistas.
Dependiendo de en qué familia hayas nacido, serás una cosa u otra, a menos que te toque la lotería o encuentres una forma de que los demás te den su dinero. Recuerda que uno no se hace rico trabajando, uno se hace rico pensando, y hay gente con muy mala idea.
Con esta base, parece normal que al final la democracia se organice típicamente en dos bandos, lo que genera batallas campales por llevar la razón y mantener la posición de cada uno. Además, este sistema tiene varios problemas conocidos, o pequeños fallos, como son:
El bipartidismo, o la tendencia a que solo dos bandas organizadas se alternen en el poder. Esto reduce las opciones de los votantes y favorece el clientelismo y la corrupción. Además, que principalmente haya dos partidos en disputa continuamente divide a la gente en dos bandos enfrentados, algo tipical spanish, convirtiendo a los españoles, acostumbrados a batallar hasta en el ocio, en auténticos hinchas de dos equipos de fútbol rivales.
Otro problema es la desproporcionalidad entre los votos y los escaños. Las minorías quedan fuera y se perjudica a las nuevas formaciones políticas, que tienen menos posibilidades de acceder al parlamento. Esto también genera desigualdad entre los votantes, ya que unos tienen más peso que otros según el territorio donde vivan. Esto es bastante sospechoso.
Y por poner sólo una pega más, resulta también que los representantes solo rinden cuentas ante los electores cada cuatro años (o nunca, vaya), y durante ese tiempo pueden hacer lo que quieran sin consultarles. La gente no tiene mecanismos para revocar a los políticos que incumplen sus promesas o para proponer iniciativas.
Así, la política se convierte en un espectáculo mediático, donde lo que importa es el carisma, el marketing y las encuestas.
No votamos las ideas, ni los programas, votamos a una persona: «yo voy a votar al Rajoy», «me cae bien el gallego», «no soporto más al Perro Sánchez», «el coletas nos va a hundir el barco», «con Paquito esto no pasaba»… Y le damos nuestra vida, nuestro tiempo y nuestro dinero, a las decisiones de esa persona. Lo que nos va a pasar durante la vida, nuestra existencia total, se basa en gran parte en las decisiones del gobierno del país en el que vivimos. Si mañana se decide que vamos todos a la guerra, todos a la guerra; si nos quitan la mitad de nuestro dinero, se lo damos; si se prohíbe el alcohol… nos vamos todos a Francia.
¿No es esto medieval?
Al igual que los hinchas del Real Madrid acuden en masa a un partido, vestidos de la misma manera, con sus insignias, sus cantos, sus pinturas de guerra en la cara… configurándose como una entidad única, cohesionada, con un objetivo tan claro que nadie puede dudar ni dar un paso atrás, así, acudimos nosotros a las urnas, y a la vida entera, con nuestras banderas, nuestro orgullo de ser y pensar como lo hacemos, nuestra intolerancia con los demás, y nuestro deseo de que todos sean como nosotros y compartan nuestro acierto. No vamos a votar, vamos a ganar. Ése es el problema. No se trata de una competición de grupos, esto no es «er fúrgol», nos estamos jugando el condicionar toda nuestra vida, que es lo único que vamos a tener, y no nos damos cuenta de que dejamos todo en manos de cualquiera, para que haga lo que quiera con nosotros, simplemente porque nos ha convencido de que nosotros tenemos razón, y él mantendrá y hará valer esa misma razón ante los demás. La política es una batalla de egos, un partido jugado por dos o más bufones que nos cobran entrada, y a la salida, algunos ultras se darán una paliza y dormirán calientes pero felices.
Unos llevan pulseritas de España, otros no se depilan y sólo compran bio, otros desearán que vuelvan formas de gobierno de los bárbaros que disfrutamos en este país no hace mucho, como las varias repúblicas o la dictadura, sin darse cuenta de que todo lo pasado no funcionó, todos lo hicieron mal, y deberíamos hacer algo nuevo según las necesidades de todos HOY, en vez de tratar de tener razón con fórmulas genocidas del PASADO.
Yo no quiero que mi vida se base en las reglas de un sistema caducado. No creo en el comunismo, ni en el socialismo, el marxismo, el fascismo, el capitalismo, ni en la anarquía, la república, la monarquía, la democracia de partidos… nada de conservadurismo, liberalismo, ni nacionalismos. No creo que funcione hoy nada de lo que no ha funcionado antes, por lo menos no funcionó para la mayoría, sino para solamente para unos pocos. Y creo que ya estamos preparados para darnos cuenta de esto. Para mirar a nuestros bufones y mandarlos a casa.
Ojalá la política fuera simplemente un oficio de personas anónimas. Un conjunto de organismos conectados, totalmente transparentes y en cada paso y acción documentados de forma pública, desde donde principalmente se enseñe a la gente a pensar, a detectar problemas y a proponer soluciones, a participar en la toma de las mismas y a ayudar a asegurar su mantenimiento. Ojalá esos políticos solamente fueran unos funcionarios, encargados de recopilar y crear informes de necesidades, con comités de expertos de cada materia representados por científicos, personas destacadas del mundo de la cultura, del deporte, de la economía, la industria, la ecología… y cada domingo, en vez de ir a misa (bueno eso creo que ya no se hace), o en lugar de ir al fútbol, iríamos a escuchar una ponencia sobre el futuro de la medicina, sobre el sistema público de salud estatal (del reino), sobre la educación de los niños, iríamos a debatir, a tomar una decisión grupal, y a votar, y votaríamos ideas, decisiones, medidas… en vez de dar nuestros votos a una persona que, posiblemente, falle todos los penalties pero salga con los dientes muy blancos en la foto.
De momento nos tendremos que conformar con que no nos maten por las calles por ir en tacones (ya sean talla 36 o 46), con que los potos del balcón acaben con el cambio climático, y tener esperanza en que, pase lo que pase, gane El Madrid.
Bran Sólo. Jun-2023