Sombras (19.08.2018)

Al final somos todos sombras. Borrones que van y vienen. En algún momento tomamos forma, definimos una línea y significamos algo, pero en seguida nos volvemos a perder y no volvemos a tener sentido nunca más.

Últimamente, quizás desde la serie Ansak, he trabajado principalmente el retrato.

Siempre ha sido masculino, frontal y hierático, con algún autorretrato, como reflejo de esa búsqueda de conexión con los demás, de entendimiento de eso que nos hace humanos, que nos permite sentir, y de entre los sentimientos nos hace elegir los que duelen.

Todo este trabajo me ha llevado a generar una idea nueva, y ya no pienso en el hombre (especie) como lo hacía antes.

 

La figura humana es falsa

 

No me refiero a la forma humana, a lo físico, sino a lo que hay dentro de este contenedor hecho de materia orgánica.

Nos definimos como animales que, gracias al lenguaje y la autoconsciencia, piensan y desarrollan emociones complejas. Y además, nos diferenciamos del resto de seres de este planeta alegando que somos los más inteligentes. Los más evolucionados. 

Sin embargo, desde mi punto de vista, obedecemos a los mismos límites que el resto de especies. No somos más libres que cualquier otro animal, aunque nuestros sistemas de reacción y comportamiento sean más complejos.

Lo que pensamos y sentimos está producido por un ecosistema de organismos que trabajan juntos como efecto del empuje de la vida, del camino que abre el ADN (entre otros códigos) para mantenerse vivo. Si lloramos, obedecemos la orden de mostrar la necesidad de ayuda ante otros, si reímos, hacemos notar nuestra superioridad como individuos de la especie y nuestro valor como vía reproductiva, si nos sentimos solos… quizás estemos siendo forzados por nuestro «motor» a buscar algo mejor, en otro entorno que nos asegure más probablemente el éxito, o esforzarnos más por unirnos al grupo.

Comprar un coche, vestir de Prada, conseguir seguidores en instagram, tener un sueño y hasta sentir interés por la ciencia. Todo esto son impulsos, órdenes que obedecemos que vienen de un parlamento interior de especies que nos conforman, del mismo modo que componen en otro orden a otros seres, y los empujan a alimentarse, cazar o reproducirse.

Son las mismas órdenes, cada una en su forma según contexto.

Y como seres conscientes, y además gracias al lenguaje, podemos hablar con nosotros mismos, es decir, con ese parlamento de organismos, y tratar de cambiar algunas órdenes. Aquí, es el único rincón donde veo libertad en el hombre más que en otros seres, pero siempre está limitada por nuestras propias capacidades y puede que también sea un mecanismo al que obedecemos. No me preguntéis, ¡yo soy pintor!

Al final, si despojamos de magia a la mismísima vida, todo lo que somos es un conjunto de vehículos que tratan de asegurar la permanencia del estado de esa materia que se mueve, se duplica, que interactúa. Y no pienso que haya ninguna voluntad en esta materia rara, en «lo vivo», ni motivos que la empujen a vivir. Simplemente es, y no puede dejar de ser. Como una piedra, que no tiene motivo para serlo, ni para dejar de serlo. El ADN se duplica por el mismo motivo que un gas se expande.

Por otro lado, no quiero que esto parezca un discurso nihilista, ni un sermón negativista que acabe en la justificación de algún comportamiento dadas estas desalentadoras causas iniciales. Yo pienso que la vida es lo único que tenemos, lo más interesante que existe, probablemente, en el universo, y pienso que debemos no sólo cuidarla, sino disfrutarla, aprovecharla, sin miedo. El sentido de la vida es vivir.

 

Sin embargo magia

Dicho esto, que no es poco y quizás me haya aventurado más allá de donde me toca, tengo que decir que puede que yo sea una de las personas que conozco que más creen en la «magia» de nuestra especie.

Aún pensando que todo esto no es más que el efecto de un amasijo de elementos interactuando con el medio, y que no somos libres, o que todo lo que sentimos o pensamos tiene una base química, y todo es una búsqueda de supervivencia… aún así, me quedo con el amor romántico, con la música (que eso sí que no tiene explicación), con mi sensación infinita de soledad, con mi tristeza contemporánea, con mi esperanza y con mis ganas de contar, de pintar emociones.

 

Quizás soy tan observador que necesito todo este discurso para entendernos a nosotros mismos, o quizás a eso se le llame ser estúpido porque, después de tanta auto explicación, de tanta investigación, la conclusión no es otra que lo que ya sabe todo el mundo: «Esto no es más que la vida misma».