No todos vemos el mundo de la misma manera. El rojo no es rojo si nadie lo ve, la luz no brilla igual ni las formas se definen de la misma manera para todos. Una pequeña lesión macular puede cambiar la perspectiva de la propia existencia. Eso es lo que nos hace únicos.
Vivo en un mundo borroso, interpretado, falso, caleidoscópico, donde nada está en su sitio.
Las formas se multiplican, engañan, desaparecen. Vivo en un mundo de fantasmas, o puede que el fantasma sea yo.
Olvido las caras, los nombres, las fechas, y sólo quedan números, colores, espacios que se mezclan y algún olor que hace años no encuentro.
Imagina que vivieras en este mundo mío. Las drogas y el alcohol no pueden alterar nada. Ya todo es un sueño raro. La tristeza es un color y las personas a tu alrededor son sombras que, a más de un metro de ti, se vuelven irremediablemente anónimas y hostiles.
No tendría sentido hacer nada de lo que haces. Quizás te cambiarías el nombre. No sé, tratarías de fijar algún recuerdo inventado en papeles viejos y, al final, te quedarías solo.
O quizás alguien te de la mano. Quién sabe; en los sueños pasa de todo.
¿ESTÁS SEGURO DE QUE VES LO MISMO QUE YO VEO?
Sin ninguna sospecha anterior a esta pregunta, es difícil que alguien se plantee si su percepción devuelve la misma información que la de los demás.
Es obvio que todos nos sentimos diferentes, porque todo lo sentimos diferente. Cada uno posee una experiencia personal única, y basamos nuestras preferencias, reacciones y decisiones en recuerdos, reglas que hemos comprobado que han funcionado para nosotros. Pero eso no quiere decir que esas reglas funcionen también para los demás. Lo damos por hecho, hasta que algo pasa.
La primera pista
No voy a decir que de lo que voy a hablar a continuación sea el motivo único por el que tuve una infancia peculiar, quizás un poco oscura. Pero sí que reconozco que mi forma de ver y entender mi entorno reforzó ese sentimiento de, no ya sentirme un extraño, sino de sentir que todos los demás eran extraños y que el mundo era un lugar hostil y terrible, que me llevaba a estar asustado continuamente.
En cierto punto, tendría once años, descubrí un mundo literario lleno de códigos esotéricos. Métodos para tratar de controlar o entender lo que nos rodea. Y la lectura de este campo me llevó a conectar ideas y llenar de respuestas esos huecos que nadie parecía poder llenar.
Yo veía el aura. No sólo veía el aura de las personas con diferentes formas y colores, sino que incluso veía el aura de objetos, animales, lugares… Me especialicé en leerlo, en descifrar su significado, y eso me llevó a ser aún más observador y acabar perfeccionando esta técnica hasta el punto de no fallar nunca a la hora de analizar personalidades, estados de ánimo, hechos pasados e incluso adivinar porvenires.
Una cosa me llevó a otra y, no voy a decir sin saber cómo, acabé reuniendo a una comunidad activa de más de trece mil personas online, en un portal llamado «Land of Ravens», para debatir estos temas e iniciarse en el mundo de lo oculto desde una perspectiva «Wiccan«.
Sin embargo, para mí todo esto era psicología, programación neurolingüística (PNL), sugestión… como se quiera llamar. Para el resto de miembros se trataba de magia y fuerzas ocultas, dioses y hombres que se creen dioses. Cuando hice notar mi opinión al respecto, como en otras muchas ocasiones, fui expulsado de mi propio mundo.
Con el tiempo, todo eso quedó atrás, olvidado, y simplemente perdí el interés en tratar de controlar y descifrar la existencia, sobre todo desde una perspectiva tan gaseosa. Me centré en la ciencia y la tecnología, con lo que me fue mucho mejor. A los 21 años ya estaba trabajando como programador y analista de sistemas, y así fue, mientras quise y hasta 2012, cuando decidí volver al inicio, ser fiel a mí mismo y apostar por estudiar arte, y ser artista.
Y gracias a esto fue que todo recuperó el sentido, en más aspectos de los que yo esperaba.
Durante mis clases en la Escuela de Arte de Murcia, descubrí que no era capaz de percibir mi entorno de la misma manera que mis compañeros. Por poner un ejemplo: se nos instaba a realizar un ejercicio de percepción multiestable, o de efecto óptico (teorías de la Gestalt) mirando a un punto proyectado en una pizarra blanca. Mientras todos mis compañeros realizaban el ejercicio, yo andaba preguntando ¿qué punto?. O más evidente: durante el ejercicio de visualizar una mujer joven o una anciana en el mismo dibujo, lo que yo veía era una cueva desde dentro, y el cielo azul al fondo.
Siendo así investigué, recorrí varias clínicas de diferentes patologías, hasta que un oftalmólogo bien preparado de la ciudad dio con la causa que había afectado a mi percepción desde que nací, y que tanto había influido en mi personalidad.
LESIÓN MACULAR
Efectivamente, el motivo por el que desde pequeño era capaz de ver el aura de las cosas y personas, y la culpable de que el mundo me resultara tan fantasmal, donde a veces aparecían y desparecían formas, planos, luces… no era otro que una lesión macular, una serie de cicatrices en la zona central de la retina.
Se desconoce si se debe a algún accidente sufrido en la infancia, traumatismo o quemadura solar (ya era muy astrónomo de pequeño, y siempre veía el amanecer con las gafas de sol de mi padre) o si se debe a una cuestión de nacimiento o se trata de una afección degenerativa que, con el tiempo, podría derivar en algo más problemático. Pero el hecho es que está ahí, desviando toda la luz que llega a mi retina, y forzando a mi cerebro a interpretar, más que a ver, todo lo que se ponga delante de la forma más familiar posible. En realidad todos funcionamos así, nadie «ve». Todos interpretamos en función de nuestra experiencia.
En mi caso, esta lesión es por lo que a veces una sombra en el suelo se convierte en un desnivel, y tropiezo, o por lo que no distingo una cara de otra hasta que soy capaz de analizar su volumen con otro sentido, como el tacto. Es por esto que todo tiene una luz a su alrededor (que por cierto, me servía de excusa para suponer un patrón tras una breve observación no de la luz, sino de la persona), y es por esto que la luna son ocho o nueve lunas, nítidas, pero duplicadas, que el arcoíris (no puedo ver si le he puesto la tilde en la í) rodea a cualquier luz en la noche y, quizás lo que más me molesta, es por esto que siempre siento que estoy solo a no ser que alguien me toque.
Puedo hacer casi todo lo que tú haces, aunque es verdad que hace mucho que no tengo paciencia para leer un libro, pero tengo la suerte de que esto, hasta el momento, no me ha impedido hacer nada. Ni siquiera pintar.
Quizás mis dibujos son así por ello. Puede que el rostro humano me parezca más familiar cuando lo deformo y lo acerco a algo parecido a lo que yo veo. Puede que ahora pueda explicarme muchas cosas, o puede que me equivoque.
LA DUDA
Desde que lo sé, no cuento con que tú veas lo mismo que yo, y espero con más calma a que lo que tú sientes no se parezca a lo que yo siento.
Aún así, si sigo pintando, es para poder conectar con otras personas, poner un punto en común en el que, aunque no sea completamente, podemos ver y sentir lo mismo, por lo menos, hasta que se apaguen las luces.